En el punto más oriental del país, ayer la música y la emoción se dieron cita en un encuentro que quedará grabado en la memoria de la comunidad. León Gieco visitó el Instituto de Educación Agropecuaria (IEA) N° 17, y allí hubo mucho para festejar
Allí donde el portuñol se cuece en la olla dialéctica de frontera, el martes 11 de noviembre la música y la emoción estuvieron presentes en la escuela ubicada en el paraje Laguna Azul de Dos Hermanas.
Con la visita de León Gieco, el cantautor que abriga con su voz y sus canciones el sentir más profundo del pueblo, la jornada tuvo múltiples motivos para celebrar: el Día de la Tradición, los diez años de vida de la institución y, sobre todo, la oportunidad de convertir a la escuela en un punto de encuentro entre el arte, la educación y la identidad misionera. “La cultura es la sonrisa” fue el lema que acompañó la jornada, y en cada gesto, en cada canción, esa sonrisa se volvió una bandera compartida.
“Es lejos, pero lindo”, bromeó Nuria Blanco, coordinadora pedagógica del IEA 17, mientras junto al director José Luis Sánchez recibía al visitante con un abrazo cálido en la puerta de la escuela. Eran las tres de la tarde, y el aire se llenaba de expectativa. León llegó acompañado por el secretario de Estado de Cultura de Misiones, Joselo Schuap, con quien comparte una larga historia de compromiso y afecto por esta tierra.
La escuela, rodeada por el verde vegetal y los caminos colorados del norte misionero, fue el escenario perfecto para una tarde que unió generaciones, géneros musicales y sentimientos profundos. En el escenario lo esperaba el coro del colegio, cuyos integrantes, acompañados por el profesor de música Nicolás Dos Santos, afinaban los últimos acordes de “Cinco siglos igual”. El profe abrazaba su acordeón con la emoción contenida de quien sabe que está por vivir algo irrepetible. Apenas sonaron las primeras notas, el patio entero se transformó en un solo corazón, vibrando al ritmo de una canción que ya es patrimonio de todos.
Luego, con el acompañamiento del grupo local “Los Parceros del Fandango”, el coro le ofreció al visitante una versión en portuñol de “Solo le pido a Dios”, un gesto simbólico y profundamente identitario, nacido de esa frontera viva donde las lenguas y las culturas se entrelazan como raíces.

El canto compartido
En la antesala de la presentación principal, el grupo “Kossa Nostra” ofreció un momento de humor y reflexión con sus títeres, que encarnaron a figuras emblemáticas como Ramón Ayala y Charly García, generando risas y ternura en partes iguales.
Luego, el silencio expectante anunció el regreso de León al escenario. Esta vez, solo, frente a un público emocionado y atento, que lo escuchaba con devoción. Durante casi dos horas, el trovador desgranó un repertorio que unió generaciones, evocando historias de lucha, esperanza y ternura.
Los presentes, sin levantar la voz, pedían “una más” con la mirada. Y él supo leer ese deseo. Entre canción y canción, León habló del valor del arte, de los sueños, la educación y la cultura. No faltó, por supuesto, el esperado momento de “Kilómetro 11”, compartido con Joselo Schuap. Dos voces y un mismo sentimiento: el de la música como territorio común.
La espera convertida en arte
El encuentro con León fue el punto culminante de una jornada que había comenzado mucho antes. Desde temprano, el IEA 17 fue una fiesta de creatividad y trabajo colectivo. La comunidad educativa entera se preparó para recibir al gran maestro, y desde las primeras horas, los chicos y docentes participaron de talleres impulsados por el Colectivo Cultural “Los Aromos”.
Los artistas trajeron su arte y su energía, multiplicando espacios de expresión. Entre pinceles, colores y manos pequeñas, un mural comenzó a cobrar vida en las paredes de la escuela, pintado de manera conjunta con los estudiantes. En otro rincón, el barro se transformaba en figuras en el taller de cerámica; más allá, las risas se mezclaban con gestos teatrales en el espacio de expresión corporal. También hubo collage, dibujo y pintura, donde cada trazo fue una manera de decir presente.
Durante toda la mañana, el arte se convirtió en puente. La música de Gieco atravesó la jornada como un hilo invisible, uniendo cada experiencia y preparando el espíritu para lo que vendría.

Voces y raíces del lugar
Por supuesto, a la cita no faltaron los artistas locales. Tota Rojo, músico y veterinario del pueblo, fue el encargado de abrir la tarde con su guitarra y una sentida versión de “Garzas viajeras”, de Jorge Cafrune. Lo acompañó el ballet de la escuela, que puso movimiento y color con danzas de zamba y chacarera, desplegando en el escenario el alma folklórica de la región.
Más tarde, fue el turno de Gustavo Sales, integrante del Colectivo Los Aromos, y de Nicolás Brítez, de San Antonio, quienes sumaron su música a la jornada, reafirmando que el arte misionero se alimenta de la diversidad y del compromiso de su gente.
La jornada concluyó con un recorrido por los talleres que habían dado vida a la mañana y con una visita al pequeño museo escolar. Allí, León dejó su firma en una de las paredes, gesto que selló con tinta lo que ya estaba grabado en la emoción colectiva. Ese muro, junto con el mural pintado por los chicos, se transformó en un testimonio tangible de una jornada única. En esas paredes quedaron impregnadas las huellas de la música, el arte y la alegría compartida.
En Dos Hermanas, tierra de frontera, la visita de León Gieco fue mucho más que un recital: fue un reencuentro con la raíz, una caricia a la identidad misionera, un recordatorio de que la cultura también es un abrazo que nos une y nos trasciende.

Prensa Cultura de Misiones
#ANGuacurari



Facebook
Twitter
Instagram
Google+
YouTube
RSS