Con la celebración de la Solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo, Rey del Universo, culminamos el año litúrgico. Desde el próximo domingo empezaremos a prepararnos para celebrar la Navidad, el nacimiento de Jesús y lo haremos durante varias semanas en el llamado tiempo de Adviento. Esta celebración de Cristo Rey puede confundir a varios, asociando esta denominación con el poder y la fastuosidad de los reyes contemporáneos. Aunque en realidad hay que señalar que hoy ya no quedan muchos reyes y no tienen tanto poder, tampoco en la época de Jesús entendieron demasiado qué tipo de reinado tenía Jesús y cómo era su Reino. Pilato en el Evangelio de este domingo (Jn 18,33b-37), expresa lo confundido que estaba sobre la realeza que tenía el Señor.
«Pilato le dijo ¿Entonces tú eres Rey? Jesús respondió: tú lo dices. Yo soy Rey» (Jn 18,37). De todas maneras, el Señor explica a Pilato, algo que seguramente por su ceguera espiritual y su alejamiento de Dios no podía comprender: «Mi realeza no es de este mundo». (Jn 18,35)
Es cierto que en general la ceguera e incomprensión sobre el reinado de Jesús, es también una incomprensión sobre la misión de la Iglesia. La imposibilidad de captar por dónde pasa el verdadero Reino, está ligada al alejamiento de Dios. Para percibirlo es necesaria una cierta mirada de fe. Es clave recordar que como Iglesia y como cristianos debemos seguir apostando en la cotidianidad, no al éxito, ni a triunfalismos pastorales, sino a la fidelidad, al seguimiento de Cristo, el Señor, que siempre implica el tomar la cruz de cada día, considerando que el discipulado debe ser siempre pascual.
El Apóstol Pablo en la carta a los Filipenses nos señala el camino que la Iglesia debe guardar mirando a Jesucristo, el Señor: «Tengan los mismos sentimientos de Cristo Jesús. El, que era de condición divina, no consideró esta igualdad con Dios como algo que debía guardar celosamente: al contrario, se anonadó a sí mismo, tomando la condición de servidor y haciéndose semejante a los hombres. Y presentándose con aspecto humano, se humilló hasta aceptar por obediencia la muerte y muerte de cruz». (Flp 2,5-8)
Para cumplir nuestra misión evangelizadora siempre deberemos ubicarnos en la pequeñez y en la humildad, desde donde podemos servir en la construcción del Reino de justicia y de paz: «Felices los que tienen alma de pobres, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos». (Mt 5,3) Si bien este código de la pequeñez es parte de la fe del discipulado cristiano, e implica a todos los bautizados, es necesario especialmente que aquellos que tenemos distintas responsabilidades públicas y sociales tengamos una captación de esta dimensión esencial de la vida cristiana, por las consecuencias que esto debe tener en la sociedad, traducidas en actitudes que hacen al servicio y al bien común.
Hace pocos días hemos celebrado en el Santuario de Loreto una verdadera fiesta diocesana, nuestra peregrinación, en donde como pueblo de Dios, miles, hemos visitado a nuestra Madre y hemos celebrado a nuestros mártires. Quiero agradecer a tantos que trabajaron para que se haya dado un momento que tanto bien nos hace en el camino de evangelización de nuestra Diócesis.
Estamos celebrando el domingo de Cristo Rey. El texto del Evangelio de este domingo pone al descubierto que Pilato carecía de fe para comprender qué le decía el Señor: «Pilato le dijo: ¿Entonces Tú eres rey? Jesús respondió: Tú lo dices: Yo soy rey. Para esto he nacido y he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. El que es de la verdad, escucha mi voz». Nosotros también necesitamos desde la fe y la pequeñez captar y comprometernos con este Reino que nos hace discípulos y testigos de Jesucristo, promotores de algunos valores como la vida, la familia, la justicia, la verdad, que nos permiten tener un horizonte de esperanza.
Les envío un saludo cercano y ¡hasta el próximo domingo!
Mons. Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas
AGENCIA DE NOTICIAS GUACURARÍ
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