A los 47 años, Patricia Ríos, nacida y criada en Campo Viera, continúa demostrando que, con esfuerzo y dedicación, todo es posible. Su vida está marcada por el sacrificio, el amor incondicional y la lucha constante para superar las adversidades. Hoy, además de ser madre, esposa y militante, se prepara para recibir su título de profesora en Educación Especial, una vocación que encontró en su comunidad.
Patricia Raquel Ríos tiene 47 años y está casada con José Luis Danieluk, un trabajador jornalero. Juntos tienen una hija, Yamila Dahiana Danieluk, de 22 años, quien cursa la carrera de Medicina.
Nací, crecí y, como algunos dicen, me “malcriaron” en Campo Viera, en el barrio Km 28, un lugar fundamental en mi identidad, al que aún hoy visito con cariño.
Mi madre trabajó durante casi 10 años como cocinera en un comedor comunitario, donde ayudaba a muchas personas de diferentes barrios y se aseguraba de que nadie se fuera sin comida. Recuerdo que, a veces, sobraba comida, y las personas podían llevarla a sus casas.
Siempre nos enseñó el valor de la solidaridad, y, como niños, ayudábamos en tareas como enseñar a otros a lavar sus manos y cabezas antes de comer. La gente era muy feliz, y crecí en un entorno sin odio ni egoísmo, algo que marcó profundamente mi infancia.
Mi padre trabajó en la I.T.A., una empresa muy reconocida en su tiempo, y, por ello, tenía cuentas corrientes en todos los negocios de la zona. Sin embargo, cuando la empresa quebró, todo se vino abajo, y fue allí cuando me di cuenta de quiénes realmente estaban cerca de nuestra familia. En total, somos once hermanos, de los cuales tres fallecieron cuando eran pequeños. Yo soy la más joven, y además, mis padres acogieron a tres hermanos de corazón, a quienes criaron con el mismo amor y cuidado que a sus propios hijos.
Mi educación comenzó en la Escuela Provincial N° 489, luego continué en la Escuela N° 105 y terminé en la misma escuela, la N° 489. Fue una infancia feliz, en la que tuve la suerte de ser acompañada por maestros que no solo nos enseñaban materias, sino que nos inculcaban valores como el respeto, la solidaridad y la amistad.
Desde pequeña, mi personalidad fue alegre, sociable y muy defensora de los más débiles. Mis compañeros me llamaban “la defensora de los pobres”, ya que no soportaba ver injusticias hacia los demás.
Recuerdo con cariño aquellos días en los que debíamos carrear agua en bidones desde el pósito de Don López, el fotógrafo, y, como grupo de niños, nos turnábamos para hacer el trabajo en filas, subiendo y bajando el trillito.
Mi secundaria la cursé en el Bachillerato Laboral Polivalente N° 3 «Guillermo Furlón», un proceso que se extendió por siete años. A pesar de las dificultades, me gradué con diplomas de asistencia perfecta y buena compañera, aunque un año recibí el diploma de “buena alumna”.
Durante ese tiempo, también trabajaba por las tardes en hogares particulares y los fines de semana me dedicaba a “Infancia Misionera” en mi parroquia. Allí, como animadora, coordinadora y catequista, organizaba actividades y juegos para niños, y recuerdo con especial cariño la ansiedad y felicidad de los pequeños cuando les llevaba pan o facturas que nos donaba la panadería del barrio.
A través de esas experiencias, descubrí mi vocación por la educación y decidí estudiar pedagogía. Sin embargo, mi sueño de ser enfermera quedó en pausa debido a las dificultades económicas de mi familia.
A pesar de ello, nunca perdí el deseo de ayudar a los demás. Trabajé en varios empleos, hice cursos de secretariado jurídico y peluquería, y con el tiempo, me casé y me convertí en madre. La maternidad me enseñó el verdadero significado del amor incondicional.
Después de varios años, mi esposo y yo enfrentamos un desafío adicional: adaptarnos a nuestra nueva vida en la chacra, lo que fortaleció aún más nuestra relación.
A raíz del sacrificio de mi esposo, logramos volver a nuestra casa propia, un sueño que representaba el esfuerzo y el amor que habíamos puesto en todo.
Sin embargo, no todo fue fácil. La pérdida repentina de mi padre nos golpeó duramente, y ese dolor nos dejó sin tiempo para prepararnos. Poco después, mi hija comenzó sus estudios, lo que nos llenó de orgullo. Fue en ese momento cuando comencé a involucrarme aún más en actividades comunitarias, como el cuidado de mis vecinos y mi familia.
Junto a un grupo de padres organizábamos encuentros de danza folclórica argentina, festivales y eventos para recaudar fondos y poder hacer posibles los viajes y encuentros culturales. Ver a los niños disfrutar de esos momentos fue una de las mayores recompensas de mi vida.
En los últimos años, enfrenté la enfermedad de mi suegra, lo que me llevó a pasar varios meses en hospitales, brindándole apoyo. Aunque su partida fue dolorosa, me permitió redescubrir mi vocación por cuidar a los demás, especialmente a los más necesitados. Así, comencé a ejercer la enfermería de manera informal, ayudando a niños y adultos mayores con diversas patologías. Mi habilidad en la pastelería también me permitió ofrecer mis servicios en la feria franca y en eventos de la comunidad.
La pandemia fue un desafío adicional, pero no me rendí. La situación de mi hija, que luchaba por acceder a las clases virtuales debido a la falta de recursos, me motivó a buscar soluciones. Gracias a la solidaridad de mis vecinos y a algunas ayudas, superamos ese obstáculo. Hoy, mi hija está estudiando en la universidad, y yo estoy a punto de graduarme como profesora en Educación Especial, una carrera que agradezco profundamente por haberse brindado en nuestro pueblo.
A lo largo de mi vida, he asumido múltiples roles y he aprendido que, aunque no siempre pude seguir mi camino de estudios en la juventud, con esfuerzo y dedicación nunca es tarde para alcanzar nuestros sueños. Hoy, mi mayor satisfacción es ver a mi hija lograr sus metas y seguir acompañando a otras personas en su crecimiento.
Como militante, siempre apoyé a la Renovación desde sus inicios. Caminé las calles de mi pueblo, compartiendo mates, tereré y comiendo chipas con las familias que me acogían con alegría.
Agradezco a Dios por la vida que me ha dado, por mi esposo y mi hija, y por todos los amigos y buenas personas que he encontrado en el camino. Juntos, seguiremos luchando por un mejor Campo Viera.
Sandra Krzcezkowski
Radio del Mercosur 93.7
AGENCIA DE NOTICIAS GUACURARÍ
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