Este fin de semana estamos viviendo un acontecimiento muy importante en el nordeste argentino. Los jóvenes de las diez diócesis de la región y de distintos lugares del país realizan una nueva peregrinación a la Basílica de Itatí, a la casa de nuestra Madre, este año bajo el lema «Aferrados al amor de María, construyamos la fraternidad». Todos sabemos que esta advocación de la Madre de Jesús de Nuestra Señora de Itatí es una devoción antigua y querida por el pueblo de Dios en nuestra región del nordeste argentino.
En realidad, María siempre acompañó a la Iglesia. Desde su mismo nacimiento, en la mañana de Pentecostés, ella estuvo junto a los Apóstoles: «Todos ellos, íntimamente unidos se dedicaban a la oración, en compañía de algunas mujeres, de María, la Madre de Jesús y de sus parientes» (Lc 1,14). Desde los primeros siglos, los cristianos veneran a María con diversas advocaciones ligadas a los lugares donde la Iglesia evangelizaba. En América Latina, desde que la fe cristiana llegó a nuestras tierras, ha estado cerca de su pueblo: Guadalupe en México, Caacupé en Paraguay, Luján en Argentina y, en nuestro nordeste, la de Itatí.
En este domingo celebramos la peregrinación y las Misas junto a miles de jóvenes, laicos, consagrados, sacerdotes y obispos de nuestra región. La peregrinación a Itatí, así como tantas otras expresiones de religiosidad son signos de la fe de nuestra gente y es un tema que requiere la preocupación de los cristianos por acompañar desde la evangelización la riqueza de esta piedad popular. El texto de este domingo (Mc 9,3037), señala la catequesis sobre la verdadera grandeza: «El que quiere ser el primero, debe hacerse el último de todos y el servidor de todos». Sin esta actitud de pequeñez difícilmente comprendamos la evangelización de nuestro tiempo y la valoración necesaria de la piedad popular.
El documento de Aparecida, del episcopado latinoamericano, nos enseña e ilumina sobre aspectos que tendremos que tener en cuenta al considerar la piedad popular en nuestra realidad misionera en orden a la evangelización. «No podemos devaluar la espiritualidad popular, o considerarla un modo secundario de la vida cristiana, porque sería olvidar el primado de la acción del Espíritu y la iniciativa gratuita del amor de Dios.
En la piedad popular, se contiene y expresa un intenso sentido de la trascendencia, una capacidad espontánea de apoyarse en Dios y una verdadera experiencia de amor teologal. Es también una expresión de sabiduría sobrenatural, porque la sabiduría del amor no depende directamente de la ilustración de la mente sino de la acción interna de la gracia. Por eso, la llamamos espiritualidad popular. Es decir, una espiritualidad cristiana que, siendo un encuentro personal con el Señor, integra mucho lo corpóreo, lo sensible, lo simbólico, y las necesidades más concretas de las personas. Es una espiritualidad encarnada en la cultura de los sencillos, que, no por eso, es menos espiritual, sino que lo es de otra manera. La piedad popular es una manera legítima de vivir la fe, un modo de sentirse parte de la Iglesia y una forma de ser misioneros, donde se recogen las más hondas vibraciones de la América profunda. Es parte de una originalidad histórica cultural de los pobres de este Continente, y fruto de una síntesis entre las culturas y la fe cristiana.
En el ambiente de secularización que viven nuestros pueblos, sigue siendo una poderosa confesión del Dios vivo que actúa en la historia y un canal de transmisión de la fe. El caminar juntos hacia los santuarios y el participar en otras manifestaciones de la piedad popular, también llevando a los hijos o invitando a otros, es en sí mismo un gesto evangelizador por el cual el pueblo cristiano se evangeliza a sí mismo y cumple la vocación misionera de la Iglesia». (DA 263-264) En este tiempo en que tantos cristianos se encuentran para rezar y reflexionar sobre la evangelización, será fundamental ver cómo partiendo de la riqueza que nos aporta la piedad popular, buscamos nuevas estrategias pastorales que lleven al corazón de la gente la persona de Jesús y sobre todo el discipulado en el que todos debemos iniciarnos, la formación integral o bien la catequesis que nos permita madurar nuestra fe y dar respuestas adecuadas para evangelizar nuestra cultura misionera.
¡Les envío un saludo cercano y ¡hasta el próximo domingo!
Mons. Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas.
AGENCIA DE NOTICIAS GUACURARÍ
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