
Si buscáramos una imagen para graficar la relación actual de la política y las sociedades, lo más acorde sería la de una brújula perdida. Mientras unos empujan en un sentido, otros empujan en el contrario y se termina convirtiendo en un juego absurdo de medición de fuerza, en el que al final siempre hay alguien que termina cansado, harto o fastidiado. Ese alguien, por si hace falta aclararlo, es la sociedad.
En estos contextos, subyace un factor que caracteriza a ciertos sectores de la política que se transforma en condicionante del crecimiento y del desarrollo como sociedad: la mezquindad. Esta se presenta como un fenómeno complejo que ha desafiado a los filósofos a lo largo de la historia. Desde la antigüedad clásica, pensadores como Platón y Aristóteles ya vislumbraban la naturaleza destructiva de esta turbación de la naturaleza humana.
La mezquindad podría interpretarse como una manifestación de la desmesura y el egoísmo, opuesta a la generosidad y la justicia que caracterizan al alma racional.
Para Arthur Schopenhauer, la mezquindad es la expresión de una voluntad de poder y posesión que se niega a reconocer el valor del otro, una negación que se convierte en fuente de incesante infelicidad para el mezquino. Por su parte, Alexis de Tocqueville, al analizar las sociedades democráticas, observó que la igualdad puede paradójicamente exacerbar la mezquindad en determinadas personas.
La experiencia nos muestra que las peleas y las mezquindades de la política sólo producen perjuicios a la sociedad y son más generadoras de destrucción que de construcción.
En los últimos tiempos vemos como la proliferación de las descalificaciones, las diatribas y los ataques personales acabaron por instalar una peligrosa intolerancia en relación al “otro”, con el que no sólo no es posible el diálogo más mínimo, sino al que no se le reconoce legitimidad alguna, ni siquiera frente al veredicto de las urnas. La moderación y la propensión al diálogo son atributos de liderazgo cada vez más escasos.
Pese al marcado proceso de desencanto y frustración ciudadana que ha reflotado la crisis de representación y ha alimentado un creciente clima de rechazo a la política, vemos como muchos dirigentes siguen aferrados a las narrativas del ataque y descalificación como estrategia de posicionamiento y construcción política.
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Ante la falta de propuestas, el atajo es la polarización
En Misiones, en los últimos tiempos vemos como dirigentes de la oposición, tras un sinfín de fracasos electorales, han encontrado en la dinámica de la polarización una luz de esperanza para sacar un rédito electoral, un atajo para satisfacer intereses de corto plazo, alimentar mezquindades y arropar egos sobredimensionados. Todo vale para intentar llegar al poder, aunque ello acabe con la concordia y la paz social de nuestra comunidad. Cuesta encontrar una explicación racional para este fenómeno que amenaza con hundirnos en una profunda y trágica decadencia, a la vez de condenarnos a una fragilidad permanente.
Como evidencia de esta generalizada actitud de aferrarse a la polarización y a la política de la crispación en la que prima una visión totalizante de la política en la que no puede haber lugar posible para la “otredad” basta con observar la proliferación de fake news a través de las redes sociales por quienes hasta el día de hoy no han podido mostrar a la sociedad que proyecto de provincia tienen para ofrecer.
El pasado 7 de agosto finalizó el plazo para inscribir frentes y alianzas para competir en las elecciones nacionales de octubre. El panorama electoral refleja una oposición cada vez más dispersa y atrapada en sus propias disputas.
El esquema de frentes luce más fragmentado que en junio: el Partido Justicialista, que no participó, ahora se suma dividiendo al espacio nacional y popular en tres vertientes; la UCR y el PRO, socios inseparables desde 2015, tomaron rumbos distintos; el Partido Libertario rompe con La Libertad Avanza; y parte del PRO rechaza el acuerdo con los libertarios por considerarlo una subordinación sin contenido que los arrastrará a la desaparición definitiva. A esto se le suma el frente conformado por el Partido por la Vida y los Valores con Nuevo Octubre, que buscan ocupar un espacio en donde confluyan sectores peronistas y radicales desencantados con sus respectivas conducciones.
Así las cosas, vemos como personajes, oportunistas y monigotes que ofician de representantes de ciertos sectores de la oposición en la provincia demostraron una vez más que son incapaces de resolver sus diferencias internas y mucho menos ofrecer una propuesta seria y coherente para la provincia. No hay liderazgo claro, ni conducción, ni rumbo. Solo fragmentación y billetera para generar caos social y tomar de rehén a la ciudadanía en su intentona por llegar al poder.
Quienes intentan mostrarse una vez más como una opción en la provincia son los mismos que, colgados del extinto sello de Juntos por el Cambio vienen fracasando elección tras elección hace décadas, porque la gente les da la espalda. Una alianza con fines electorales que, entre otras tantas aberraciones, llevó a un pedófilo en su lista de diputados.
Hoy son los mismos que, maquillados de violeta, buscan confrontar con un modelo de provincia que hizo exactamente lo mismo que promueve el presidente de la Nación, perteneciente al espacio del que ahora intentan colgarse para rapiñar algunos votos. El tan de moda “equilibrio fiscal” es uno de los pilares del Modelo Misionero, recuérdenlo.
Dicho esto, los mencionados personajes caen en una gran contradicción desde el punto de vista ideológico a la hora de la discusión política en la Tierra Sin Mal: a nivel nacional avalan el blindaje del equilibrio fiscal, pero a nivel provincial exigen al gobierno que aumente los sueldos de los empleados públicos (docentes y policías, por si hace falta aclarar) en porcentajes irracionales; aplauden que la Nación retire su apoyo a los sectores productivos, pero a nivel provincial piden un Estado presente que le de herramientas a los privados; festejan el desfinanciamiento de la salud y la educación, pero a nivel provincial salen a tirar piedras cuando falta un insumo en algún hospital o todavía no llegó una obra de mantenimiento en alguna escuela. Fieles exponentes de la tilinguería política, no hacen más que dejar en evidencia su nivel de hipocresía y cinismo.
La comparación es inevitable: mientras la oposición muestra sus mezquindades, candidaturas oportunistas y una alarmante falta de cohesión, el oficialismo mantiene una agenda de gestión concreta, orientada a resolver problemas reales y a sostener un contacto directo con los distintos actores de la sociedad, sin distinción.
Esa diferencia de prioridades no solo explica parte del presente político misionero, sino que perfila con claridad el rumbo de cara a las próximas elecciones de octubre.
El pueblo hará sus valoraciones, y también sus juicios, populares sí, pero juicios, al fin y al cabo, y con ellos tomará postura, decidirá y condenará a aquellos actores políticos que considera son sus enemigos y respaldará a quienes dan la cara y responden a sus demandas.
Por Nicolás Marchiori – Abogado – Diplomado en Manejo de Crisis y en Análisis de Procesos Electorales
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