La problemática de la caza furtiva en Misiones es compleja. Por un lado, está la cuestión cultural, que explica el accionar de quienes matan animales silvestres como actividad heredada, porque en su entorno la vienen practicando de generación en generación. Se trata de ciudadanos que incluso consumen la carne del ejemplar ultimado, con todos los riesgos que eso conlleva a su salud. Después está la otra arista, la de la caza por comercio, encarado por verdaderas mafias, con raíces fuera del territorio misionero.
La campaña “En Misiones NO se caza”, encarada por el Ministerio de Ecología y Recursos Naturales de Misiones precisamente busca alertar acerca de las distintas caras del problema, para que se tome una real dimensión del daño que provoca y de los riesgos que genera.
En esta ocasión, gracias a los datos aportados por el Intendente del Cuerpo de Guardaparques, Jorge Bondar, también instructor de futuros agentes de preservación, se puede reconstruir el perfil del cazador potencialmente más agresivo y peligroso: el que llega desde el Brasil en busca de grandes ejemplares. Son los que ponen en riesgo distintas especies, como el yaguareté, el puma, los venados, el mono carayá o el tapir.
“Estos cazadores son cada vez más violentos y poseen armas más potentes. No se entregan, sino que disparan de inmediato”, resumió Bondar, para quien está claro que esos grupos poseen una conexión local, conformada por lugareños que no sólo hacen de guías, sino de espías y hasta de sicarios.
Los puntos calientes están en los grandes bloques de selva ubicados en Misiones en sectores limítrofes con los estados brasileños de Rio Grande do Sul, Santa Catarina y Paraná. Los cazadores tienen en la mira constantemente a la Reserva de Biosfera Yabotí y a los parques provinciales Piñalito, Urugua-í y Horacio Foerster.
Ecología de Misiones
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