
La Argentina atraviesa una de esas tormentas que no se olvidan. La pérdida de poder adquisitivo muerde los bolsillos como un perro salvaje, el empleo se desploma, las familias hacen malabares imposibles para llegar a fin de mes y la política nacional parece encerrada en un laberinto de discursos vacíos, cada vez más alejados de la realidad de la gente. Es un país que se mueve entre la improvisación y el sálvese quien pueda, donde el Estado promete mucho y cumple poco, una provincia del nordeste insiste en marcar la diferencia. No lo hace con slogans, sino con una gestión que, con sus límites y contradicciones, logran lo que en el resto del país parece un milagro: defender a la gente y mantener en pie la rueda de la economía.
Mientras en Buenos Aires y otras capitales la pobreza se dispara, en Posadas cayó al 38%. Eso significa que más de veinte mil personas dejaron de ser pobres en los últimos seis meses. Si tomamos el último año completo, la cifra es aún más elocuente: 67 mil posadeños salieron de la pobreza. Y eso debería ser motivo de celebración, gobierne quien gobierne. En cualquier otro contexto, esa noticia sería tapa de todos los diarios. En la Argentina del caos, apenas se registra como una excepción que incomoda. Porque demuestra que no todo está condenado al fracaso, que un Estado activo puede torcer la inercia de la exclusión.
Algunos analistas intentan relativizar. Hablan de rebotes estadísticos, de bases de comparación demasiado bajas, de mejoras que todavía no alcanzan para festejar. Y tienen razón en parte: los problemas estructurales siguen ahí, la precariedad laboral no desapareció, la desigualdad sigue marcando diferencias profundas. Pero aun así, los números no mienten: en un país que expulsa a su gente hacia la pobreza, Misiones logra poco a poco, sacarla. No es magia, en política la magia no existe. Es política. Es gestión. Es la diferencia entre mirar para otro lado o animarse a intervenir. Embarrarse.
El gobierno provincial, encabezado por Hugo Passalacqua y acompañado por Lucas Romero Spinelli, entendió que en tiempos de crisis el rol del Estado es ser amortiguador. Que no se trata de discursos altisonantes ni de planes grandilocuentes, sino de medidas concretas que pongan un poco de oxígeno en la vida cotidiana. Por eso la bonificación del 30% en Ingresos Brutos para profesionales, la exención histórica para los productores primarios, los subsidios de tasas a créditos productivos, el programa de refinanciación de deudas que alcanzó a 4.000 familias por 25 mil millones de pesos. Ninguna de estas medidas resuelve la macroeconomía nacional. Ninguna convierte la realidad en Disney. Pero todas juntas construyen una red de contención que evita que cientos de miles de misioneros caigan al vacío. En un país donde cada semana hay un nuevo ajuste, que una provincia ofrezca alivio es una rareza que merece ser destacada.
La diferencia, sin embargo, no está solo en la economía. Está en la sensibilidad política. Misiones también sufre inflación, también padece pobreza, también enfrenta reclamos y tensiones. Pero acá hay un Estado que no se esconde. Que pone la cara, que entrega ambulancias de última generación para reforzar la Red de Traslados, que sostiene la previsibilidad de los haberes de trabajadores y jubilados, que invierte en salud y educación aunque la Nación recorte. Es esa coherencia la que marca la brecha con el desorden nacional. En Nación, el Estado se discute como si fuera una entelequia; en Misiones, se lo ve.
En este escenario, Oscar Herrera Ahuad adquiere una relevancia particular. Exgobernador, médico hospitalario, gestor que conoce de primera mano la realidad del sistema de salud público. Su candidatura a diputado nacional no es una movida de marketing: es la continuidad de un estilo. Herrera no necesita impostar sensibilidad; la trae en su biografía. No es lo mismo hablar de ambulancias desde una oficina con techos en doble altura y muebles de madera dura que haber atendido pacientes sin recursos en una guardia. Por eso, cuando afirma que “cada vez que llega una ambulancia a un pueblo es una fiesta”, no está construyendo un relato, está describiendo una realidad que conoce mejor que nadie.

La elección de octubre en Misiones no va a ser una más. Mientras el país discute entre el ajuste eterno y la improvisación demagógica, la provincia pone en juego la defensa de un modelo que, con todas sus imperfecciones, eligió estar del lado de la gente. Herrera lo dijo sin vueltas: “El voto útil está acá”. Y puede sonar duro, pero no es mentira. En una elección nacional donde sobran candidatos testimoniales que no pasan del 5%, depositar ahí el voto puede ser un gesto rebelde o hasta romántico, pero ineficaz. La política no se mide en declaraciones, se mide en resultados. Y los resultados están a la vista: menos pobreza, más alivio, un Estado que acompaña. Pero sobre todo que escucha y rediseña sus hojas de ruta sin soberbia.
Al mismo tiempo, sería un error convertir a Misiones en un paraíso artificial. No lo es. Pero lo central es la dirección. Mientras la Nación se resigna a la intemperie, Misiones construye certezas mínimas: que el sueldo se paga, que la ambulancia llega, que el crédito existe, que el título de propiedad se entrega. En tiempos de derrumbe, esas certezas valen oro.
El programa “Mi Título” es un símbolo perfecto de esa filosofía. Darle a una familia el título de su terreno no es solo un trámite administrativo: es abrir la puerta a la luz, al agua, a la posibilidad de acceder a un crédito. Es transformar la vida cotidiana de miles de misioneros. Y hacerlo en un contexto nacional donde se debate si el Estado debe existir o no, es un gesto político que habla más fuerte que cualquier discurso.
La lección de Misiones, en definitiva, no es solo para los misioneros. Es una lección nacional. Demuestra que incluso en un país desbordado por la crisis, una gestión decidida puede marcar la diferencia. Que el Estado no tiene por qué ser sinónimo de burocracia ni de ajuste permanentes, sino de protección y acompañamiento. Que la política, cuando se ejerce con sensibilidad y firmeza, todavía puede mejorar la vida de la gente.
El futuro está en juego. No en abstracto, sino en la mesa de cada familia que espera llegar a fin de mes. La gente no pide milagros: pide certezas. Quiere saber que su sueldo no se licuará de un día para otro, que si se enferma habrá un sistema de salud que lo sostenga, que si trabaja tendrá la posibilidad de progresar. En un país donde la incertidumbre se volvió norma, esas certezas se volvieron el bien más escaso. Y Misiones, con su modelo, está demostrando que es posible ofrecerlas.
El Frente Renovador de la Concordia no es una marca. Es el nombre y apellido de una serie de acuerdos políticos, sociales, económicos, educativos y laborales; que eligen sostener, escuchar y acompañar. En tiempos donde la política se volvió un espectáculo de egos y peleas en Full HD, esa decisión cobra un valor aún mayor. Porque no se trata de gobernar para la tribuna, sino para la vida real de la gente.
El 26 de octubre, los misioneros vamos a tener la oportunidad de ratificar ese camino. No vamos a votar solo candidatos. Vamos a definir un rumbo en un país que perdió el suyo. Y en tiempos de naufragio, flotar no es poca cosa. Es, en realidad, la diferencia entre hundirse o sobrevivir.
Por Diego René Martín
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